VI

El discurso que Hitler dirigió a los estudiantes en Erlangen significó un paso adelante en el camino del éxito. A raíz de las elecciones universitarias de 1928 se tradujo en un resultado positivo para la Liga de Estudiantes Nacionalsocialistas que nadie se hubiera atrevido a sospechar. En Erlangen, donde Hitler había hablado por vez primera, obtuvimos un aumento de un treinta y dos por ciento de los votos; en Greifswald y Würzburg, un veinte respectivamente; en Jena un dieciocho; en la Escuela Técnica Superior de Braunzweig, un quince; en la Escuela Técnica Superior de Munich, un trece con trece y en la Universidad muniquesa, un diez. A decir verdad, Hitler no había considerado jamás que fuera posible semejante resultado. Representaba el primer triunfo político del nacionalsocialismo desde la nueva fundación del partido, en febrero de 1925.

13

Apenas se habían extinguido, tras el discurso de Hitler, los ecos de la "Deutschlandlied" cuando nos encontramos sentados otra vez en el automóvil para dirigirnos a toda velocidad a Nuremberg. Desde Eichstát, Schaub nos había reservado habitaciones en "Deutscher Hof", el hotel habitual de Hitler. Allá esperaba nuestra llegada Julius Streicher, el gauleiter de Franconia.

Todavía estaba presente en mi mente el penoso papel hecho en la "Markplatz" de Weimar durante la jornada del Congreso Nacional. Por otra parte, desde que cursaba mis estudios en Munich no había día en que la prensa dejara de informar de un nuevo escándalo de Streicher en Nuremberg. Streicher llevaba desde su semanario "Der Stürmer" una feroz campaña antisemita basada, sobre todo, en la publicación de historias sobre la vida privada de los ciudadanos judíos. Y así, cada asunto turbio en el que se hallara mezclado un hebreo era convertido por el "Stürmer" de Streicher en un estrepitoso escándalo.

Hitler le saludó efusivamente, vi que le trataba con mucho respeto y comprendí entonces, por vez primera, lo que significaba, en el NSDAP, tener una fuerza propia. Ya en 1919, Streicher había organizado un poderoso movimiento, el grupo de Franconia del "Deustchen Sozialistischen Partei", poniéndose en 1922 a las órdenes de Hitler. Cuando el NSDAP se disolvió tras el putsch de Munich, Streicher mantuvo la unión con sus grupos y tras la nueva fundación, en 1925, sobrepasó en importancia su "gau" la tradicional fortaleza de Munich-Alta Baviera. Desde Franconia afluían la mayor parte de las cuotas en las cajas del tesorero del NSDAP y cuando Hitler hablaba en Nuremberg, conseguía reunir Streicher un auditorio mucho mayor que cualquier otro gauleiter en alguna de las grandes ciudades.

Hitler correspondía a todo aquello dando a Streicher manos libres en su "gau". El éxito que éste obtenía le abonaba en su creencia de que el odio antisemita era un medio seguro de ganar a las masas. A decir verdad, el terreno estaba especialmente abonado en Franconia. Los pequeños campesinos del país, así como los artesanos y titulares de negocios de ámbito familiar, sufrían las consecuencias económicas de la postguerra. Y así, al igual que en tiempos pasados se había hecho a los judíos responsables de las hambres y las catástrofes naturales, se cargó ahora con las culpas de la miseria económica a los comerciantes hebreos de ganado, grano y lúpulo.

Streicher estuvo casi siempre favorecido por una justicia visiblemente complaciente. En 1926 compareció ante el tribunal de Nuremberg por haber publicado en "Der Stürmer" el siguiente poema:

¡Afuera, judío, márchate,

Huye de los«gau» alemanes,

Si quieres seguir viendo a tu patria todavía viviente!

El tribunal consideró que "provocar una alarma entre los judíos no podía considerarse materia punible." Solamente en instancia superior fue condenado Streicher a una multa irrisoria.

Poco después, el gauleiter de Franconia me visitó en Munich. Yo había escrito un ciclo poemático con el título "La cruz del Gólgota". Se había publicado un fragmento y Streicher quería editar el ciclo entero en la "Stürmer Verlag" [13] [14].

Vacilé bastante porque la vecindad no me gustaba. Streicher, sin duda para convencerme, me aseguró que él era un cristiano creyente. Pero según su convicción, Cristo había sido un ario a quien los judíos habían llevado por ello a la cruz.

A pesar de ello no se publicó el ciclo poemático. Algún tiempo después visité a Streicher en Nuremberg. Su vivienda era típicamente pequeño burguesa y el ama de casa, una mujer apesadumbrada, que parecía sufrir bastante por el hecho de que su marido hubiera cambiado su puesto de maestro de escuela por el de "Führer" de Franconia. Streicher, que se había vanagloriado en su propia publicación, de sus historias de mujeres, no tardó en cambiar aquella primera esposa por otra más joven.

Se mostró entonces amable y paternal. Como culminación de la visita, me vi obligado a aceptar una de sus acuarelas. Fue una sorpresa para mí. El exasperado antisemita se revelaba como un apasionado pintor dominguero, sencillo aficionado, aunque no inhábil. Sus cuadros aparecían trabajados con bastante delicadeza.

Sin embargo, su ser más íntimo no se me revelaría hasta bastantes años después. Un día me llamó con urgencia el jefe comarcal de las Juventudes Hitlerianas de Nuremberg, Gugel.

—Hace poco me ha llamado Streicher. Me ha dicho que tiene que recorrer en bicicleta los contornos y me ha solicitado dos muchachas de la B.d.M. [15], con pantalones de gimnasia y con bicicleta...

Como es lógico, Gugel no satisfizo la petición de Streicher. Yo sospechaba que éste padecía una serie de extravíos de carácter grave. Su afición por los detalles pornográficos, sus descripciones sádicas de los delitos contra la moralidad cometidos por los judíos no venían a ser, en definitiva, más que exteriorizaciones de sus ensueños y fantasías enfermizos.

Poco después del episodio relatado, fue destituido. Ocurrió a principios de 1940 y Hess me reveló uno de los motivos: Streicher, contra quien estaban en curso investigaciones por numerosas irregularidades administrativas y excesos de tipo sexual, convocó en la jefatura del "gau" de Nuremberg a sus colaboradores y les dijo: "Tenéis que hacerme una ofrenda." Y acto seguido, les obligó a dejar encima de la mesa las alianzas, las cadenas de reloj y cuanto de oro llevaban consigo. Este oro fue fundido y un profesor de la escuela de arte de Nuremberg hizo con el metal una valiosa arqueta destinada a la amante de Streicher, una actriz.

Tras el escándalo, la cadena de irregularidades, arbitrariedades y rapiñas cometidas por Streicher llegó a su final. Pero a pesar de ello, el "Stürmer" siguió apareciendo.

Muchos años más tarde volví a ver a Julius Streicher en Nuremberg, en la cárcel de los criminales de guerra. Convertido en una verdadera ruina humana, apenas le era posible dar las vueltas diarias por el patio de la prisión.

VII

He repetido muchas veces que fui un partidario convencido de Hitler. Me sentí, por tanto, orgulloso de haber conseguido un gran éxito en el campo estudiantil. El triunfo significaba todo para Hitler. Éste fue, sin duda, uno de los motivos de que se destacara entonces en primer término una de las más cambiantes figuras del nacionalsocialismo: el doctor Joseph Goebbels.

Desde hacía tres años, Goebbels y yo éramos buenos conocidos. Había visto por vez primera su nombre en la publicación quincenal "N-S. Briefe'' [16], que los hermanos Gregor y Otto Strasser editaban en Elberfeld. En un tiempo en que el nacionalsocialismo era casi por entero un asunto bávaro, la publicación "N-S. Briefe" representaban un elemento de difusión para el partido en la Alemania septentrional. La publicación tenía, por otra parte, un nivel superior a las de Munich y otros lugares, ya que el tono era más comedido y sus textos acentuaban la palabra "socialismo". La pluma mejor cortada correspondía a un cierto "Doctor G.", que luego llegó a gauleiter de Renania- Norte.

Los "gau" de la Alemania septentrional y occidental se hallaban entonces en oposición a Hitler y la dirección muniquesa del partido. Como él mismo se encontraba afectado por la prohibición de pronunciar discursos, Hitler había hecho responsable de la organización del partido en aquellas regiones al farmacéutico Gregor Strasser. A decir verdad, para los nacionalsocialistas del norte de Alemania, el programa de Hitler resultaba demasiado vago y difuso. Creían que para ganar a las masas trabajadoras necesitaban palabras claramente socialistas. Y para acentuar el carácter socialista del NSDAP, exigían que el partido, conjuntamente con socialdemócratas y comunistas, se pronunciara por la expropiación sin indemnización de los bienes pertenecientes a las antiguas familias principescas.

En una reunión de mandos celebrada en Bamberg, en febrero de 1926, quiso el ala que mandaba Strasser imponer su programa. De acuerdo con el mismo, Hitler tenía que ser relevado de su cargo y pasar a ser regido el partido por una junta de gauleiter presidida por el propio Gregor Strasser.

Sin embargo, la oposición de los nacionalsocialistas de la Alemania septentrional contra el "Papa de Munich" y su "pandilla", no tardó en fracasar. Hitler la combatió con incansables discursos y el único que hubiera podido oponer una elocuencia por lo menos tan convincente como la suya, guardó silencio. Éste no era otro que el doctor Joseph Goebbels.

Mi camarada de Weimar, doctor Hans Severus Ziegler, vivió la asamblea de mandos de Bamberg. Me describió a Goebbels como un hombre peligroso y posiblemente comunista encubierto. Por ello quise conocer personalmente a aquel "Dr. G.", que estaba ya calificado como uno de los más eficaces oradores del partido y el 24 de marzo de 1926 estaba esperándolo en la estación de Weimar.

Del expreso descendió un personaje de baja estatura, que llevaba un "trenchcoat" claro, que destacaba mayormente un rostro delgado y ascético en el que brillaban unos ojos ardientes y oscuros. Pensé que aquél tenía que ser.

Le cogí el maletín. Al descender del andén me di cuenta de que cojeaba intensamente. Su andar era lento y calzaba un zapato ortopédico en el pie derecho. Más tarde supe que tenía, desde su nacimiento, una pierna más corta que otra.

Llevé a Goebbels al hotel "Chemnitius". Me dijo que quería aspirar el aire de Weimar y atravesamos la ciudad, envuelta en las primeras sombras de la noche. Fue él quien llevó la mayor parte de la conversación con su voz melodiosa e impregnada de acento renano. Como estábamos en Weimar, el tema de la conversación versó sobre Goethe. Le confié la sorpresa experimentada cuando Hitler había comparado los poemas de Goethe con los de su amigo Dietrich Eckart.

Goebbels se echó a reír:

—Goethe como poeta es algo sobre lo que no cabe discusión. Sobre Goethe como político pueden tenerse diversas opiniones.

Le pregunté entonces si también acusaba a Goethe de haberse mantenido pasivo en las luchas liberadoras.

Dijo algo así:

—Era un canalla que mientras escribía poemas olvidaba a su pueblo oprimido.

Experimenté una impresión de desagrado ante estas palabras y él se dio cuenta. Así es que dijo:

—Pero dejemos esas cosas. Hablemos mejor de nosotros. A mi entender, ha nacido usted tan poco dotado para la política como yo mismo. Nuestros intereses son otros. Pero las calamidades de nuestro pueblo nos impulsan a la acción política.

Goebbels había leído poemas míos y dijo que los encontraba buenos. Degusté sus alabanzas como si fuera miel. Y a partir de aquel momento, vi en Goebbels, que entonces tenía veintiocho años, es decir, diez más que yo,